jueves, 22 de junio de 2017

Ensalada literaria astronómica

La ensalada literaria es un juego bien conocido en Steampunk Madrid: se reta a los participantes a escribir un relato con una serie de ingredientes, dentro de un límite de palabras. Este mes propusimos una ensalada de temática astronómica para seguir la misma línea del evento literario del mismo mes del año pasado, que versó sobre los meteoritos. Para participar había que escribir un relato de cualquier género con final abierto o cerrado, que no superase las 1050 palabras (sin incluir el título) y que incluyese de forma directa (textualmente) o indirecta (referidas como parte de la historia sin ser mencionadas explícitamente) todas las piezas citadas a continuación:
  1. Solsticio
  2. Aparato volador
  3. Telescopio
  4. Estrella fugaz
  5. Autómata
  6. Muchedumbre enfadada
  7. Cráter de impacto
  8. Artefacto demencial
  9. Alguien que ve el futuro
  10. Viento tremendamente fuerte



El Hombre que amo las estrellas II

El telescopio cimbreaba a causa del creciente viento, las banderolas de la gran nación de Joseon amenazaban con rasgarse y salir volando.
El autómata del gobierno sostenía su alfanje sobre su cabeza con una de sus extremidades hidráulicas las otras tres extremidades superiores sujetaban al moribundo y anciano Astrónomo Park.
El ayudante del ministro de justicia recitó mientras extendía un pergamino- Astrónomo de tercer rango Park, estamos reunidos para su ejecución tan solo el milagro que has anunciado puede evitar que tu cabeza sea cercenada de tu cuerpo, Hoy noche de del solsticio de primavera, aseguras que con tu demencial máquina calculadora de estrellas, has predicho contra todo pronóstico que una estrella fugaz cruzara el cielo, en la primera noche del cielo, y al hacer tal anuncio ante el Emperador, amo del este, guardián del oeste, rey del norte y dueño del sur, el que desciende de los cielos… Has ofendido a todo su linaje… que los dioses de la tierra y el cielo nos asistan.
El viento se intensificó, las banderolas y pendones se rasgaron, la torre astronómica crujió, el telescopio de cúspide viró hacia el norte, y la estrella fugaz apareció como si se tratara del aliento del dragón.
El enorme mecanismo de la calcula de estrellas rechino sus ruedas giraron y en su dial de cinta apareció el carácter que representa el número uno, El emperador desde su calesa voladora, profirió una tremenda carcajada, entonces hizo un discretísimo gesto con su mano y el autómata soltó su presa sobre Park, que agarrotado cayó de rodillas al suelo.
La turba enfadada de astrónomos imperiales apenas podía salir de su asombro y tan pronto como lo hizo no tardó en explotar en gritos casi a coro,- Es cierto, que su majestad ha de perdonarle por haber profetizado hechos que mas tarde han ocurrido, pero su gesta escapa de la habilidad y roza lo sobrenatural, así que si su majestad es inteligente le ejecutara por brujería- concluye la altísima voz del Astrónomo imperial y director del observatorio.
Park avanzaba libre de ligaduras en los pies, apenas había sido capaz de caminar hasta su cámara en el observatorio imperial, había tenido la intención de recoger sus escritos y anotaciones, pero al entrar pudo observar claramente que no se podía rescatar de aquello, sus ropas habían sido desgarradas, sus libros quemados, rotos o desaparecidos, sus ahorros afanados y el retrato de su única hija destruido en las llamas. Rescato lo poco que aun era legible, solicito al criado que le trajera ropas limpias, y con estas abandono el observatorio, solo dejando tras de si la habitación destrozada y el impecable uniforme de funcionario de Seda azul, pulcramente doblado.
Pasaron muchos años, y nadie recordó a Park durante mucho tiempo, pero un día cuando el emperador ya era un hombre maduro y con una barba que lucir ya anciano, aunque no tanto como llegaría ser volvió.
-Esta espada no le defraudará emperador es la mejor que he fabricado- dijo con cierto temor el herrero- ya verá como le complace- se encontraba arrodillado, el sudor se perlaba en su frente, no deseaba estar allí, desde que el emperador se había empecinado en tener una espada irrompible e invencible muchos herreros habían fracasado, y fracasar conllevaba castigos horribles.
El autómata soldado imperial tomó la espada con dos de sus manos, y con las otras dos descargo un impacto potente y seco con su alfanje contra la espada que estalló en añicos, sin esperar respuesta ni orden el autómata descarto la espada rota y agarro con dos de sus potentes brazos al herrero y lo arrastró hacia la cárcel, el fornido herrero se resistió fútilmente.
La cola atemorizados herreros y comerciantes fue disminuyendo, y el Emperador sentado en su trono de noble madera, aburrido era cada día mas cruel. Apenas levantó la cabeza cuando un anciano se presentó en el mismo estrado de madera donde se habían arrodillado los plebeyos que habían asistido durante semanas.
El hombre arrodillado hablo, - Mi emperador, me alegro de volver a verlo, he sabido de su éxito en la caza y exterminio de brujos, y vengo a devolverle el favor que una vez me concedió- La voz del anciano era monótona, y algo en ella reveló curiosidad en el rostro del Emperador, - Si puede ver- dijo el anciano mientras abría un pequeño fardo, La maquina contadora de estrellas movió su dial y el se podía ver el carácter de representan dos, pero nadie se dio cuenta, guardada en aquel oscuro sótano de palacio. Envuelto en él se encontraba una espada, no parecía lustrada, era de un metal negro, que parecía arrastrar la luz hacia sí y capturarla en su interior, su filo era basto y su mango de madera sin labrar, no tenía joyas engarzadas, tampoco vivos cordajes de colores trenzados.
-Eso es un trozo de hierro que parece una espada, pero no lo es solo lo parece.- dijo en un grito alegre, casi un graznido, el ministro de palacio, antiguo Astrónomo imperial- Anciano eso es un insulto a mi inteligencia y a la santidad del Emperador.-Gritó de manera amenazante.
El anciano se puso en pie sujeto cada extremo de la espada con una mano y se la ofreció al autómata soldado, este sujeto su alfanje con sus cuatro brazos, y descargó un golpe con intención de romper la espada y siguiendo la casi imperceptible orden de matar al anciano que la sujetaba.
El alfanje golpeó, un ruido metálico causó estrépito, el alfanje se rompió con violencia, Park, el anciano, se dio media vuelta y empezó a caminar con la velocidad que le permitían sus piernas hacia la salida, cuando un funcionario joven se acercó corriendo hacia el, Park le dio la espada negra y reanudó su carrera.
El emperador se levantó con estrépito, examinó la espada que el joven le entregó, y grito al anciano que se alejaba. ¿de donde sacaste este metal?- gritó una y otra vez con violencia, el anciano, se giró y le contesto también a los gritos ¡ De una estrella!
Park había recogido aquel metal mucho tiempo atrás de la estrella que su soberbia había vaticinado y que a su vez le había salvado, de un hoyo oscuro y profundo, amplio y árido…
Un agujero que recordaba al gobierno del Emperador, Metálico, vagamente circular y yermo.

Por Mikel Villafranca





Como cada año, en la ciudad se celebraba el solsticio a lo grande: ferias en todos los barrios, alcohol en ríos, verbenas, etc. Se celebraba el fin del invierno y el inicio del mes de las flores. El señor Villagualda mostraba entusiasmado su nuevo artilugio a la señorita Medina:
-¿Y lo ha hecho usted? ¡Es asombroso!
-Lentes de dos metros y medios de diámetro, cinco cristales, un largo de seis metros en madera de nogal con placas de sionita y puro metal. –Dijo eufórico mientras daba una palmadita al telescopio.
-¡Formidable! ¿Se verá desde aquí la lluvia de estrellas?
-¡Por supuesto! Si me toma la mano, permítame que la sitúe en el visor…
La noche estaba despejada y la luna, como la sonrisa de un caballo, brillaba. Los meteoros comenzaron a caer despacio, tal cisnes deslizándose por el lago del Retiro. Pero, de repente, el cielo se tornó negro y empezó a arreciar un viento tremendamente fuerte.
-¡Señor Villagualda! ¿Qué es aquello?
En eso, un bólido espacial se precipitaba por el firmamento acercándose cada vez más, y no era una estrella fugaz. En el telescopio se podía ver de forma clara cómo un aparato volador se lanzaba fulminante hacia la Tierra. El científico esperó atónico hasta que aquel objeto estalló en una parcela cercana. Se ajustó las lentes y espetó:
-¡Ha caído a 15 kilómetros! ¡Rápido! –Dijo agarrando el abrigo- ¡Witerico! ¡Witerico! –Gritó- Señorita Medina, hágame usted el favor de esperarme aquí. ¡Witerico!
Un autómata bronceado entró en la sala. Tenía el aspecto de un mayordomo cansado y vestía una graciosa pajarita negra que desentonaba con sus pequeños ojos. Todos los autómatas del señor Villagualda tenían nombres de reyes godos. La señorita Medina sonrió.
-¡Leovigildo, encárgate de todo lo que necesite nuestra invitada! ¡Vamos, Witerico!
Alrededor del cráter del impacto se aglomeraba una muchedumbre enfadada. Unos se quejaban del destrozo, otros lo achacaban a un castigo divino, y otros iban allí por curiosos. Villagualda examinó la zona con su autómata y allí encontraron un extraño cachivache. 
Decidió llevarlo al viejo ermitaño, un hombre canoso y con rastras conocido por poder ver el futuro. 
Era pequeño y cuadrado. Lo tomó en sus arrugadas manos y, tras unos minutos de silencio y gentes congregándose alrededor de su casucha de pastor, vaticinó aquel siglo de guerras, de hambre, de crisis, de terrorismo, de corrupción y horror. 
-¡DESTRUID ESE ARTEFACTO DEMENCIAL! –Gritó señalando el mini extractor de petróleo, que cayó de sus manos. -¡DESTRUID ESE FUTURO!
Sin pensar y consternado por el horror del vidente, Villagualda no dudó en ordenar a Witerico que calcinara aquello. No sabía cómo había podido llegar eso allí, mas no iba a permitir que algo trastocase aquel mundo casi perfecto que había logrado construir.
Mientras tanto, a la ventana se había afanado un hombre cuyo fedora, calado hasta la barbilla, impedía ver su rostro. Tomaba apuntes con rapidez y, en cuanto terminó, salió corriendo en dirección a la morada del señor Villagualda. En casa del científico, Leovigildo tejía con punto fino una funda para el gigantesco telescopio, orden dada por la muchacha que había aprovechado para escaparse. No tenía mucho tiempo para regresar.
El hombre del sombrero se precipitó por la puerta despojándose de sus ropas y cambiándoselas por otras más femeninas. Cuando Witerico y su amo entraron, solo vieron a la señorita Medina cosiendo con el autómata.

Por Ángela Ramos





¿UNA ESTRELLA FUGAZ?

Una de las muchas aficiones de Archibald Brunel era la astronomía. Entendido de que en una de las próximas noches alcanzaría a ver uno de los más famosos cometas: el Halley. Por ello, aún estando en campaña, ordenó dispusieran todo el material necesario para poder observar con detenimiento dicho cuerpo celeste.
Una vez hecho, se puso a observar el cielo con el fin de divisar el cometa. Era la cálida noche del Solsticio de Verano, y con la luna nueva, el firmamento podía verse a simple vista con sólo alzar la cabeza, si bien la luz las fogatas y candiles del campamento donde se hallaba el mariscal impedían una correcta apreciación de los cuerpos brillantes. A pesar de esa contaminación lumínica, el barón de Palierbourg se esforzaba en mantener su atención en las luces de Nix, mas no podía evitar las carcajadas y charlas en voz alta de sus soldados, ni los crujidos y bufidos de los tanques y autómatas bélicos que hacían la ronda de guardia aquella noche. Toda esa cacofonía aumentaba la irritación de Brunel, y decidido a poner fin a tales molestias, ordenó a su edecan que preparase su giroscoptero aéreo personal con el telescopio en su cesta.
El aparato volador, de reducido tamaño, se componía de un enorme globo lleno de aire caliente, suministrado por la combustión que procedía de la pequeña caldera que tenía, la cual daba propulsión hacia cualquier lado mediante potentes chorros de vapor. Además, poseía la cualidad de, aún cuando había vientos tremendamente fuertes, mantener la estabilidad de la cesta gracias al giroscopio que, mediante un complejo sistema mecánico, abría las válvulas de vapor para evitar el cimbreo producido por la fuerza de Eolo, manteniendo una estabilidad en el vuelo digna de admirar. De hecho, era muy usado por los mejores tiradores del ejército francés para atacar desde el aire.
Tras haberse subido al artefacto y ascender a bastantes metros de altura, el silencio se hizo casi absoluto, y la luz quedó reducida notablemente a poco más que las estrellas. Buscó entonces con deseo el cometa, y allí lo vio. Una enorme masa surcando en mitad de la noche la bóveda celeste. Entonces recordó lo que le dijo su abuelo: descubriríamos gran parte del universo si hubiese la forma de viajar en un cometa. Realmente, su abuelo era alguien que podía vislumbrar los avances futuros de la ciencia. Por ello, siguió con suma atención, hasta que se percató de que se movía demasiado rápido, y además, cambió su dirección para acabar apuntando en dirección al giroscopio del barón. Alarmado, quiso accionar las válvulas para apartarse de la trayectoria de aquel objeto demencial que se disponía a estrellarse contra él.
Lamentablemente, aquel objeto volador no identificado atravesó el globo que tenía el giroscopio, haciendo una pequeña endidura a ambos laterales, escapando el aire que había en su interior. El objeto siguió su trayecto hasta que se estrelló cerca de un poblado donde estaba el campamento, produciendo un tremendo cráter de impacto, además de una sonora y vistosa explosión. Brunel, tras presenciarlo todo, buscó la forma de aterrizar suavemente en tierra firme, lo cual consiguió rompiendo el giroscopio y abriendo todas las válvulas de vapor que apuntaban hacia abajo a la vez.
Cuando pisó suelo, su edecan se le acercó para comprobar si estaba bien, y tras un gesto del mariscal, se apartó. Pero no acabó esa pesadilla. Una muchedumbre furiosa se acercó al campamento con horcas, antorchas y demás herramientas, dispuestos a linchar al primero que apareciese. El mariscal se acercó a ellos para ver qué querían, si bien detrás de él formaron miembros de la Guardia Imperial Mecánica dispuestos a abrir fuego sobre el gentío.
Los paisanos se quejaron con enojo de que un cohete o bomba cayó cerca suyo, algo obra de sus soldados, a lo cual el barón explicó el accidente que sufrió. Dicho esto, una escolta siguió al militar y los paisanos hasta el lugar del cráter. Se podían apreciar aún restos calientes de aquel objeto.
- Se trata de un cohete prusiano - replicó el mariscal. 
-Nosotros no atacamos a la población civil, y menos aún tratamos de derribar a nuestros propios oficiales
Ante esto, uno de los veteranos de la escolta rió timidamente, ante lo cual el barón sacó una de sus pistolas que guardaba bajo su casaca y disparó contra el mismo sin miramiento alguno, bajo la atónita mirada de todos. El soldado cayó a plomo, cerrando filas sus camaradas encima de su cadáver aún caliente, mientras Brunel volvía a guardar la pistola bajo su ropaje.
- Pueden estar tranquilos, buena gente, nosotros protegeremos vuestras viviendas y vuestras vidas con la nuestra, si es necesario. Ahora vuelvan a sus casas y descansen - finalizó.
- Maldito duque... - se quejó cuando no hubo nadie y ya estaba en su tienda, con solo su edecan como compañía - Sus exploradores aéreos están a la mínima... Ordene que la Batería de Cohetes Neumo-dirigidos Pauly mande el siguiente mensaje a ese maldito bebebirras...
Tras este incidente, se mandó un cohete al campamento prusiano con un mensaje: lástima, no era una estrella fugaz como pensabais, duquesa.

Por Aritz Irazusta





El llanto de Casandra

Hace tiempo, los científicos contruyeron un autómata, en forma de mujer por su capricho, llamado Casandra, perfecto físicamente, y con una inteligencia artificial capaz de cálculos tan complejos que se decía que incluso sería capaz de adivinar el futuro.
La llevaron a un observatorio astronómico para comprobar qué podría conseguir y, ella era tan eficiente que, desde la entrada, iba dando consejos para mejorar la seguridad del edificio y la eficiencia del trabajo allí. Al mirar por el telescopio, calculó con tanta exactitud trayectorias planetarias que los avances que supuso su visita fueron notables.
Viendo aquello, un comité decidió explotar su potencial llevándola en ruta por diversos laboratorios y centros de investigación. En todos ellos consiguió, indefectiblemente, avances tan significativos que su ruta se fue extendiendo por todo el país y no se preveía final para su periplo. Ella misma ideó un artefacto volador para optimizar sus desplazamientos por la intrincada geografía.
En breve, sus cálculos y consejos hicieron progresar décadas al mundo científico y tecnológico, pero esta Nueva Ciencia, sin corazón ni miramientos sentimentales, no estuvo exenta de generar un gran malestar popular, por los cambios sociales y económicos fruto de sus descubrimientos y alardes.
De entre la población más fanática, surgió una secta reaccionaria llamada Solsticio. En cada visita de Casandra, la recibía una muchedumbre enfadada que le increpaba y rezaban por su destrucción, denominándola «artefacto demencial» entre otras lindezas.
Uno de esos días, coincidiendo justamente con el solsticio de verano, los adeptos estaban mucho más activos y violentos, llegando al punto de hacerla huir sin tiempo que perder temiendo su propia destrucción, o calculándola, puesto que ella no conocía el sentimiento del miedo humano, sólo sus efectos y su química.
Ella escapó en un principio, pero no le dio tiempo a calcular, con la precipitación del despegue, la irrupción de un viento tremendamente fuerte que hizo fracasar los sistemas de navegación de su nave... Luchó con toda su ciencia, mas cayó como una estrella fugaz, sus motores ardiendo, generando un enorme cráter de impacto en su brusco aterrizaje.
Los mecanismos ardían, mientras los hermanos del Solsticio bailaban a su alrededor una danza tribal, salvaje, de victoria sobre la civilización. Proclamaron la vuelta a la Naturaleza... Y el mundo terrible que hoy conocemos, esclavos de los elementos y las calamidades. Los ojos de cristal de Casandra se dice que brillaban, y que la condensación de los líquidos evaporados hicieron brotar de sus inertes pupilas algunas lágrimas...

Por Madame Eloise

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