jueves, 30 de junio de 2016

Día Internacional de los Meteoritos

A continuación, las publicaciones recibidas tras nuestra convocatoria para celebrar el día de los Meteoritos:

La salvación llegó del cielo

No era la primera vez que se enfrentaba a situaciones peligrosas. Incluso críticas. Pero nunca se había sentido tan indefensa como aquel día. Se encontraba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en una gruesa tubería y las manos atadas tras ella; a su lado yacía el joven Patrick, tirado en el piso, inmovilizado y sin conocimiento. “Nos hallamos a un paso de morir, mi querido Patrick”, pensó. Pero no dijo una palabra. Se quedó mirando fijamente el rostro de su captor, tétricamente iluminado por la temblorosa luz del quinqué. El temido Alquimista, su enemigo declarado desde hace casi diez años, y que parecía finalmente haber ganado la batalla.
El Alquimista no era exactamente un mago, aunque desde luego por sus poderes podría parecerlo. De algún modo había descubierto no sólo la existencia, sino cómo almacenar y usar el elemento más poderoso de la Tierra, la Energía Primordial, dedicando desde entonces todos sus esfuerzos a la búsqueda del poder absoluto. Margaret, Patrick, y su pequeño grupo de seguidores, al que llamaron “Los Compañeros”, lucharon contra él con todas sus fuerzas, mas fue en vano. Era demasiado poderoso; contra él no valían espadas, dagas o pistolas. Combatieron y finalmente perdieron. Y allí estaba ella, prisionera en el inmundo sótano de una fábrica invadido por nubes de vapor, repleto de óxido, suciedad y olor a hulla quemada, con su más fiel colega malherido.
El Alquimista se sentó frente a Margaret.
― Mi estimada enemiga, ¡por fin ha recobrado el conocimiento! ―proclamó con una tenebrosa sonrisa―. Lo celebro. Porque usted y yo tenemos que hablar, y terminar con esta penosa situación. Sé que conoce la ubicación de la mayor bolsa de Energía Primordial del mundo, y quiero que me especifique exactamente dónde está. Como la necesito viva, si no me cuenta lo que necesito despedazaré lentamente a su amigo. Y si aun así persiste en mantener silencio, le recuerdo que está atada a una tubería de retorno de vapor. El turno en la fábrica acaba de comenzar; por eso está aún frío. Pero no tardará en comenzar a calentarse lentamente hasta alcanzar una temperatura altísima. Morirá abrasada, Margaret. Y antes, hablará. Así que sea lista, satisfaga mi afán de conocimiento y quizás así se salven los dos.
Ella lo miró fijamente con una enigmática sonrisa, que el Alquimista no supo interpretar.
― ¿Sería demasiado pedir que antes aflojara un poco mis ligaduras? ―preguntó.
― ¡Oh, por supuesto que no, querida!
Y acto seguido las invisibles ataduras de Margaret, creadas con Energía Primordial Pura, se tensaron aún más. Ella soltó un gemido ahogado.
― ¡Lo lamento; creo que he cometido un error con el campo que la sujeta! ―dijo él riendo―. En todo caso, no tenemos mucho tiempo, así que tendrá que aguantarse. Por última vez, ¿dónde está esa maldita masa de Energía?
Ella desvió su mirada hacia el techo de la estancia.
― Va a matarnos igualmente.
― Quizás no, señora. Tendrá que arriesgarse.
Margaret tomó aire, y se decidió.
― Muy cerca del río Podkamennaya, en Siberia. Las coordenadas exactas son 60º 55’N 101º 57’ E, 60.917, 101.950.
― ¿En serio? Vaya, voy a tener que consumir una cantidad descomunal de Energía Primordial para desplazarme desde Londres a Siberia; espero que merezca la pena. Bien, si realmente encuentro la fuente, regresaré y les proporcionaré una muerte rápida a ambos. En caso contrario, querida, lamentará haber nacido. Porque dejaré que se ase lentamente. Y su colega Patrick sufrirá unos padecimientos tan espantosos como los suyos.
Acto seguido se sentó en el suelo, cerró los ojos, cruzó las manos sobre su pecho y desapareció.
Cuando el Alquimista abrió los ojos descubrió que se encontraba en medio de un bosque impenetrable. Era un día soleado y aunque hacía bastante frío, era menor de lo que esperaba. Aun así creó un campo de calor a su alrededor. Parecía que acababa de amanecer, lo que le sorprendió, ya que abandonó Londres de noche. Algo no encajaba. Echó un vistazo a su alrededor y se concentró: en efecto, podía percibir la Energía Primordial. Muchísima, ¡una cantidad realmente salvaje! Curiosamente parecía estar aproximándose hacia él. Notó su presencia como si se tratara de un tren a punto de salir de la boca de un túnel. Poco a poco, el ligero silbido que escuchó nada más llegar se fue convirtiendo en un ruido atronador, salvaje. Levantó los ojos, y pudo ver cómo el mismísimo Sol parecía estar cayendo directamente sobre su cabeza. Intentó crear un campo de protección, pero unos breves instantes después, el Alquimista quedó volatilizado en medio de una de las mayores explosiones de la Historia, que derribó como palillos ochenta millones de árboles y derribó personas y cabalgaduras a cuatrocientos kilómetros de distancia.
Margaret notó cómo sus ligaduras invisibles desaparecían. Se alejó rápidamente de la tubería de vapor y se aproximó al cuerpo de Patrick, quien aún sostenía en la mano derecha su pistola, inútilmente descargada contra el Alquimista.
Él tardó un buen rato en despertar, y al hacerlo, lo primero que hizo fue intentar alcanzar con su mano izquierda una bolsita de pólvora para el arma.
― No te preocupes, querido ― susurró Margaret acariciándole la cabeza―. Ya no será necesario. El Alquimista ha muerto. Volatilizado. Completamente desintegrado.
Le ayudó a sentarse en el suelo. Patrick parecía desconcertado.
― Pero… ¿cómo has conseguido hacer tal cosa?
Ella sonrió.
― Le indiqué dónde podía encontrar su anhelada masa de Energía Primordial, y fue a buscarla. En un lugar llamado Tunguska, en Siberia. Pero no pudo con ella. Me temo que le ha caído encima un bólido de treinta metros de diámetro. Y a eso ni siquiera el poder del Alquimista puede oponerse.
― ¿Lo ha matado un asteroide?
― Más bien un pedazo de cometa.
― Pero… ¿cómo podías saber el punto exacto de impacto de un meteorito en Siberia? Además, ¿no es una extraña suerte que caiga un bólido precisamente hoy, siete de febrero de 1841?
Margaret sonrió. Porque lo que nadie sabía, ni siquiera el fiel Patrick, es que había conseguido canalizar a su manera la Energía Primordial. Lo descubrió en una de las sesiones en las que intentaba ayudar a las personas que requerían su ayuda. Era la mejor médium de Londres, y además, la única que fue capaz de romper las barreras del tiempo para visualizar el futuro. Jamás se lo dijo a nadie; nunca la habrían creído. El poder del Alquimista era tan grande que no le costó trasladarse instantáneamente desde Londres a Siberia, pero ella consiguió, en una fracción de segundo, desviar su viaje a Tunguska en el tiempo, mandándolo al treinta de junio de 1908, minutos antes de que el meteorito se desintegrara a ocho kilómetros de altura sobre su cabeza.
― Es una larga historia, amigo mío. Pero ya hablaremos de ello. Ahora debo llevarte inmediatamente a un hospital. Y cuando estés plenamente recuperado, habrá llegado el momento de disolver nuestra hermandad. Ya no tiene objeto. ¿Sabes? Creo que me voy a tomar unas largas vacaciones. Quizás en España; tiene un clima excelente, y siempre quise visitar Madrid. Pero antes tendré que hacer una visita a Mrs. Paddigton. ¡Mira mi hermoso vestido! Está completamente arruinado. Debo renovar mi vestuario.
Patrick sonrió y dejó que Margaret le ayudara a incorporarse. ¿El Alquimista desintegrado por un meteorito en el futuro? Absurdo. Pero le tenía sin cuidado. Lo realmente importante era que el maldito canalla estaba por fin muerto.
Fijó su mirada en los azules ojos de Margaret. Y deseó acompañarla a Madrid.
O al fin del mundo.

Leonardo Ropero Serrano





El hombre que miraba las estrellas

-Observatorio nacional de Greenwich Village, Greenwich. 28 de junio de 1887 19 horas.
El observatorio astronómico de Greenwich Village les da la bienvenida a esta exposición, El hombre que miraba las estrellas, es una exposición especial para nosotros, no solo porque el observatorio astronómico de Seúl, nos haya prestado gran parte de los materiales, sino porque nos da la oportunidad de ver algo excepcional e irrepetible, - el presentador hizo una pausa dramática, se aclaró la garganta, y con tono de picaresca, apostilló- al menos en cuatrocientos años.
Park soo Joon fue un erudito que vivió en la era Joseon, en la antigua Corea del Sur, recibió de sus coetáneos el sobrenombre de “El hombre que miraba las estrellas”. En su vida catalogo dieciséis cuerpos celestes, aseveró que la Tierra era esférica, lo que en su época era una herejía, y recolectó más de treinta y dos meteoritos caídos, y que pueden observar en las vitrinas- dijo mientras alzaba la mano a las vitrinas rodeadas por un ampuloso cordón rojo de seguridad.
Pero permítanme dirigir su atención hace el volumen abierto que se encuentra en el centro de esta sala junto al telescopio,- dijo con voz misteriosa- Se trata de un manuscrito original, redactado por el propio Park soo Joon, un diario de sus actividades, este en concreto es lo que hoy día llamaríamos un diario de campo.
“El décimo día del tercer mes del reinado del cuarto rey, ha sido como predije un caluroso día primavera, sabiendo eso, y puesto que la juventud a abandonado mi cuerpo hace ya tiempo, he pedido al oficial Soon Hu Liom que me acompañe en mi labor de encontrar piedras del cielo, en esta ocasión buscamos una que si mis datos son correctos callo en las cercanías de un poblado de pescadores, más cerca del bosque que del rio.
Hemos buscado durante horas, sin éxito, y el sol ya se está ocultando, planeábamos volver al pueblo para pasar la noche cuando un leve fulgor verdoso, como de jade atrajo nuestra atención, cuando nos acercamos a la fuente de esa luz descubrimos que procedía de una estrella caída, y para nuestra sorpresa la estrella no era lo único que estaba allí, junto a ella se encontraba una muchacha de piel pálida, y cabello negro y corto, el Oficial, un hombre joven y no por ello carente de aptitudes de reflexión llego a la conclusión, a mi parecer precipitada que la dama, en ausencia de ropas era más allá de toda duda razonable una Gumiho (Zorro de nueve colas) que deseaba comerse nuestros hígados, aunque a mí me pareció una chica joven, y lucia como un perro apaleado, pues su cuerpo estaba lleno de contusiones, como si hubiera caído desde una gran altura y chocado con las ramas de múltiples árboles, Soon Hu Lion la maniato, con ayuda de la mula de carga y nuestros caballos la llevamos de camino al pueblo, pero dado al aspecto de la joven, que ciertamente se parece en algo a mi difunta hija, convencí al oficial para que la llevara a mi casa, en vez de al centro de detención, pues una chica desnuda, sería sin duda abusada por los rufianes que estuvieran en su misma celda, y pensé que probablemente también por la guardia, aunque me abstuve de comentar esto último con el joven Soon…”
No parece un pasaje sacado de alguna novela, desde luego enciende mi curiosidad- dijo el presentador- El resto del diario es bastante técnico y no tiene muchos detalles sobre esta aventura, de hecho Park soo Joon apenas participo en la vida pública durante los siguientes años hasta su muerte.
Academia de vuelo espacial, Cuadrante 16, Cerca de Ganimedes.
Linn sao, recordaba el día hace más de cuatrocientos años que su nave se estrelló contra la tierra, y lo que ocurrió después, abrió los ojos, dejo de mirar por el grueso ventanal, y se giró hacia el aula, blanca y aséptica, atiborrada de jóvenes estudiantes de todos los confines de Ganimedes y Orión.
“Aquí en el espacio nuestras vidas son muy largas, y es porque dominamos el tiempo, hace dos meses, viajé, use el protocolo estándar, y camufle mi nave temporal, tomé velocidad terminal y lancé el disparador de tiempo, todo muy rutinario, pero ocurrió una anomalía en programador de ruta temporal, y acabe visitando el lugar deseado unos siglos antes de lo esperado, ahora debido a mis acciones en ese tiempo me han obligado a ser vuestra profesora, así que como me aburre tremendamente daros clase de protocolo de vuelo temporal, estudiaros los capítulos del doce al treinta y siete para la próxima semana, si alguien tiene alguna pregunta que levante una mano o un seudópodo.- Dijo con tono de total aburrimiento.
Tan pronto como vio alzarse las manos y seudópodos se arrepintió de haber abierto la boca, media docena de manos y otros tantos apéndices se elevaban sobre los pupitres.
El primero de los alumnos en abrir la boca fue una chica de la tercera mesa con unos saludables seudópodos de color azulado.
Entonces cual fue la naturaleza de sus actos?- la mirada que acompañaba la pregunta revelaba una enorme avidez y una curiosidad que solo una fémina de esa edad podía tener.
Lin sao, valoro todas las posibles respuestas, descarto la evasión y la mentira, y opto, por decir la verdad, al menos aquello seria instructivo, pensó.
“Lo cierto es que mi nave se estrelló en el planeta llave del desarrollo de mi raza varios siglos antes de la fecha deseada, y me vi expuesta, confraternización espaciotemporal no deseada.
Par ser cierto mi maquina temporal se desintegró, y yo quede herida y perdí el conocimiento, cuando desperté me fue imposible poner en marcha el protocolo 112b, pues ya había sido descubierta por los nativos, concretamente un astrónomo anciano y un joven oficial del departamento de seguridad interna, el caso es que para mi sorpresa no fue conducida a presidio, sino al hogar del astrónomo, donde recibí ropas y comida, se atendieron mis contusiones y descanse, me llevo varios meses ser capaz de comunicarme rudimentariamente, y explicarles mis deseos y necesidades, el astrónomo Park, insistió en tratarme como un miembro de su familia, y de hecho me ayudo a conseguir todo lo necesario para hacer una baliza de repetición para enviar un SOS, hasta aquí, y tiempo después llegaron a recogerme varios miembros del equipo de rescate espacio temporal, y esa es la historia.”
Ahora- de forma más precavida retrocedió un par de pasos se apoyó contra la pared junto a la puerta- si no hay más preguntas, adiós- y sin esperar respuesta salió por ella y caminó de forma apresurada hasta doblar dos esquinas.
-Observatorio nacional de Greenwich Village, Greenwich. 28 de junio de 1887. 21 horas.
El catedrático de astronomía de Oxford dijo- lo que más me sorprende es que ese amarillo, calculara con éxito el advenimiento de este cometa, sus cálculos son de una precisión absoluta.
El Embajador de Corea respondió- Nuestro país es célebre por la calidad de nuestros científicos- se dio la vuelta y se dispuso a marcharse, paro un segundo y giro la cabeza, como si hubiera recordad algo súbitamente y dijo- Preferimos que nos llamen Coreanos, el termino Amarillo suena vago y ligeramente ofensivo- reanudó el paso como si no hubiera hablado nunca y se integró en otro conversación.
El catedrático se había quedado, por decidirlo de alguna manera Amarillo de vergüenza, y el resto del grupo que se hallaba a su alrededor hacia su mejor esfuerzo, con escaso o ningún éxito, por contener sus risas ante la metida de pata.
Una mujer, también de aspecto asiático, aseveró, Park fue un gran hombre, y cantaba con un estupendo ánimo y voz de tenor.
El catedrático la fulmino con la mirada, y con ese talento que solo los hombres muy cultos poseen, tomo la determinación de desquitarse con alguien parecía una víctima propiciatoria.
No he oído su nombre- Dijo el catedrático demostrando su competencia para fingir cortesía- Señorita…
Linn Sao- Dijo la aludida.
Da la impresión por su forma de hablar que conoció al sujeto.- dijo el catedrático con un matiz de burla.
En cierto modo- dijo la mujer.
En ese instante se unió al grupo el ministro de asuntos culturales. Y haciendo un ademan campechano, que solo un ministro de una cartera del gobierno poco o nada cotizada podía hacer, agarro por el hombro de manera amistosa al catedrático y le sacudió vigorosamente, mientras decía.- Veo que ya ha conocido a la señorita Park Linn Sao, descendiente directa del homenajeado, me tome la libertad de invitarla personalmente.
El catedrático, reflexiono sobre lo mucho que había despotricado sobre el Astrónomo Park, musito una disculpa y se marchó.
El ministro y la joven dama se quedaron solos, por un momento, todos los demás se acercaron a la terraza el cometa Park aparecería surcando los cielos, y no se podría volver a ver en otros 400 años.
El ministro dijo, creo que su tiempo se acaba, ella asintió, y respondió en una lengua extraña.
-Casa del ministro de asuntos culturales, Londres. 28 de junio de 1887. 23 horas y 50 minutos.
El ministro se quitaba la pajarita- Sabes cariño, adoro a los viajeros del tiempo.
Ya lo sé- contesto su esposa ya desde la cama- aunque nunca sabré por qué.
Es por su gestión del tiempo, es simplemente perfecta, y su Humor, Atemporal.
Ella desde la cama sonrió- cariño, ven a dormir que para nosotros se hace tarde.
Fin.

Mikel Villafranca





Note from the Schwannschertz-Teck family librarian: This extract is from a notebook left in the baroness’ study in 1929 by her niece Cecily Teck, later known to history as Prof. Cecily Cogsworth.

Not for the first time, I found myself smiling when I would have been, in any other circumstances, shrieking for help from my aunt’s household. 
“Yes, uncle” I heard myself say yet again.
The man was clearly out of control, beyond the reach of reason or pity, yet I obliged myself to remain seated and to listen once again to his ravings.
This entire situation was brought about by an apparently insignificant purchase made on a golden summer afternoon some 30 years ago, when we strolled through a village fair, idly examining the merchandise offered us by sellers anxious to take advantage of our wealth and curiosity. We’d only stopped there to repair the Schwannschertz dirigible, and were passing the time before the chief engineer could allow us to continue our journey to Prague, my dear aunt´s favourite city.
As I say, it was a golden afternoon. I remember the first time we saw the object which was to trigger the ruin of our family’s happiness. It was a curiously fashioned letter opener held out to us on a tray covered in dusty crimson velvet by an elderly man dressed in the Turkish style. 
“Russka, Russka, iron from heaven” repeated the fellow. 
I could well believe it. The Russian Imperial coat of arms was beautifully rendered in rose gold on the hilt carved from mother of pearl; indeed the entire piece was a marvel of taste and exquisite craftsmanship such as I’ve rarely seen in my many dealings with rare and valuable objects.
Iron from heaven? I could well believe it, given the highly unusual geometrical markings on the blade. Before I could ask to examine the letter opener more closely, Uncle Ernst, known to us by his nickname, “Wulfie”, turned pale and fainted on the spot. It would be difficult to describe the consternation this caused- “Wulfie” was the heir to grandfather’s dukedom and though of good health, was of a nervous disposition which had previously caused considerable anxiety in the family.
Fortunately, “Wulfie” regained consciousness within minutes, drank down a liter of the local beer and negotiated the purchase of the letter opener. We re-embarked our dirigible and shortly after reached our palace in Prague. A state reception, a ball and fireworks ended what was fated to be our last entirely happy day.
The following morning, screams upon screams rent the air. We hurried to the source of the unholy shrieking in the West wing only to find “Wulfie” struggling in the grip of five footmen. 
“We must return the iron to its home” wept my unhappy cousin. 
At first, we thought what was in question was to return the letter opener to the Imperial family and of course Uncle Sebastian sent our ambassador a sealed package with the enigmatic letter opener, with instructions to present it to Cousin Alexander, with our compliments.
Alexander was charmed by the present, of course, yet…
“We must return the iron to its home” wept my unhappy uncle.
“Wulfie” became daily more emaciated, alternating between cowering anxiety and fits of furious anger, smashing furniture, thrashing servants. My Grandfather sent for all possible medical aid, admitting any and all treatments suggested by the most eminent physicians. Sigmund Freud was conveyed to our country estate in Saxony to administer to “Wulfie”, chained up in a bare room with barred windows , yet the great man confessed himself unable to be of the slightest assistance in this distressing case.
“We must return the iron to its home” wept my unhappy uncle.
I sat for hours on the other side of that barred window, quietly sewing or reading or writing and little by little “Wulfie” came to speak of what he called the iron’s home. To my astonishment, what “Wulfie “ begged for was the following: to arrange a rendezvous with the peoples of the home world of the letter opener’s iron blade then send a hot air balloon soaring to the highest possible point to effectuate the return of this malignant blade. "Wulfie" claimed the iron's homeworld was the planet Mars and spent many hours describing the planet, and its peoples.
“We must return the iron to its home” wept my unhappy uncle.
Grandfather was horrified when informed of his heir’s proposal.
“Unglaublich” was the mildest term he employed. So the letter opener remained in Cousin Alexander’s collection and “Wulfie” remained chained in a bare room.
And so the years and decades passed by. Wars and famine and revolutions swept through Europe. We never again enjoyed watching meteor showers during the brilliant summer nights as we used to, before we set down to repair the Schwannschertz dirigible that golden summer afternoon.
“We must return the iron to its home” wept my unhappy uncle.

Cecily Cogsworth





El cordero, la verdad y el cielo

La escalera del meteorito-taxi se replegó cuando él subió:
Su cabello conservaba aquel rubio extraído de los campos de centeno. Sus pupilas estaban coloreadas del infinito más perdido. Vestía la casaca larga aguamarina y roja de dorados botones con la que el aviador le había conocido. Ese joven que parecía nunca crecer era el Principito. Tomó asiento junto a mí y me estrechó la mano:
-Disculpe mi retraso, señor Guile…
-No se preocupe, mmm…
-Llámame Principito, por favor.
-Está bien, Principito. –Me coloqué un falso mechón, mojé la pluma y encendí la grabadora- No voy a juzgarte porque saliera tu nombre en aquellos papeles… He venido a ayudarte –El chico me contempló sorprendido y aliviado a la vez. Me estrechó las manos entre las suyas y me pareció sentir el nacimiento de unas lágrimas.
-¡Mi queridísimo Guile, no se puedo imaginar el sufrimiento que he pasado! ¡Nadie me cree cuando les digo que todo ha sido un terrible error! ¡Me han engañado! Firmé aquellos papeles sin saber y me han llevado a la ruina… Por favor, señor Guile, ¡ayúdeme! –Ahora lloraba desconsoladamente sobre mis rodillas y pude ver en él lo que de verdad era: un niño solo y asustado.
El meteorito comenzó a moverse lentamente. Aunque esta clase de vehículos espaciales no eran muy comunes, decidí hacer una excepción y busqué un modelo tranquilo para este paseo. El Principito se sosegó y comenzó a hablar:
-Te contaré todo lo que pasó: Esto comenzó en mi segundo viaje a la Tierra. Echaba mucho de menos a mi amigo el aviador y quise volver a verle. Pero, para mi asombro, el mundo había cambiado… -Una expresión de tristeza se instaló en su semblante- Descubrí que el planeta había cambiado de siglo (al XXI); me contaron la sucesión de aquellas terribles guerras que tanto daño habían hecho y cómo había evolucionado todo a raíz de lo que llamaban “las nuevas tecnologías”. Busqué a mi amigo, peor nadie pudo decirme nada de él. Algunas personas sugirieron que ya debería de estar muerto, pero me negué a creerles. Vagué por varios países descubriendo en ellos más miseria y agonía de la que hubiera podido imaginar. Además, la gente me tachaba de loco, e incluso algunos quisieron llevarme a un asilo… Me arrojaron también dos noches al calabozo por haber cogido una barra de pan. El mundo se había convertido en una quimera de la que quería escapar. Sin embargo, pareció que un día mi suerte iba a cambiar…
Me contó que unos hombres lo habían engañado para que firmara unos documentos que acarrearían graves consecuencias, pues eran meros fraudes… Abusaron de su inocencia, prometiéndole un reencuentro con su amigo. Reencuentro que nunca se consumó:
-…Al fin me dieron un billete de ida a una dirección que desconocía, asegurándome que allí lo encontraría. Yo les creí, por supuesto. Cuando monté en el gigantesco avión en compañía de la caja que hacía de casa de mi cordero no me cabía el corazón en el pecho de la emoción. Mas, ¡cuál fue mi desdicha cuando llegué a Marruecos y la dirección era falsa! Lloré mucho aquella noche acurrucado bajo una palmera.
Sin embargo, una mujer dijo conocer algo sobre mi amigo. Sin pedir nada a cambio me condujo al albor del desierto. Allí vi… ¡Mis ojos no podían creerlo! ¡Era el avión de mi amigo! Con lágrimas en los ojos me lancé a buscarlo. Pero ya no estaba. Solo quedaba el recuerdo de sus gafas y la avioneta. La dulce mujer confesó con el corazón en el puño que hacía ya varias décadas un hombre extraño que viajaba por aquellos cielos sufrió un mortal accidente. Sentí como una parte de mí se quebraba al saber que esa era la tumba de mi amigo…
Posteriormente la mafia se destapó como sale toda la podredumbre de las alcantarillas. Arrastraron al pobre Principito y lo usaron como cabeza de turco.
Había tomado el meteorito más cercano y había regresado a su asteroide con el alma henchida de dolor y con el recuerdo del aviador, temiendo porque el último trocito de su recuerdo se extinguiera.
-Tuve miedo y, por ello, tomé otro meteorito que me trajese de nuevo, ¡pocos saben la buena labor que hacen! Y en un abrir y cerrar de ojos amanecí en esta época más pasada, de vapores y faldas largas con palabras bonitas. A través de las rosas decidí ponerme en contacto contigo, Guile, pues insistieron en que tú podrías ser la única persona capaz de deshacer este desastre… Por eso acudo a ti.
El Principito acabó su historia con aquella mirada eterna y perdida de la infancia nunca extraviada que en su momento conquistó al aviador. Apagué la grabadora y dejé la pluma en el tintero. El taxista, mudo durante todo el trayecto (Dios sabe las confidencias que habrán presenciado), frenó suavemente y nos dispusimos a bajar. Me calé el sombrero y le tendí una mano firme al Principito.
-Soy un viajero del tiempo. Te prometo que haré que tu verdad aparezca en los medios para desmentir las acusaciones. Dejaré bien claro quiénes son los verdaderos mafiosos de este asunto. –Antes de que pudiera decir algo, le interrumpí- No tienes porqué darme las gracias –Bajé el ala ocultando el rostro a la clara luz del mediodía- Es mi trabajo –Y, sonriendo antes de desaparecer en otro meteorito más pequeño, le dije- Por cierto, creo que te está esperando alguien.
Con un sigilo magnífico había aterrizado una pequeña avioneta roja a pocos metros de nosotros. El Principito me miró de hito en hito y gritó de felicidad al ver que se acercaba un hombre con gorro y gafas de aviador que le invitaba a ir a buscarlo con los brazos abiertos. Mientras le indicaba al taxista el año y la dirección le escuché decir:
-Principito, tu cordero te ha echado de menos…

Ángela Ramos González





Los Conseguidores

Los chamanes-astrónomos dudas no tienen: el regalo llega en la siguiente luna. Semanas de observación de las sombras y los astros, cálculos y cánticos en el crómlech, les convencen de la veracidad de sus estimaciones, y ya sus sueños son claros e inundan sus noches de manera recurrente. Deciden acudir sin más dilación los Tres, con sus grandes máscaras, a visitar el templo megalítico de las sacerdotisas de la Madre. Allí, en la oscuridad, ellas tejen en extraños telares sus misterios de vida y muerte, tienen visiones en trance, y deciden con sabiduría los destinos de toda la tribu.
No son muy frecuentes estas visitas, y ellas los reciben primero ululando, con canciones misteriosas que semejan gritos y jadeos sincopados, chasquidos y golpeteos de palmas, unas se unen con un canto difónico especial, y otras comienzan a golpear huesos y panderos, mientras algunas jóvenes bailan con preciosos crótalos en los dedos y tocados de plumas y flores. De entre las bellas, la Gran Sacerdotisa surge. Un sacrificio les ofrece, mas ellos hablar prefieren antes.
Todo se explica, todo se decide, y quedan conformes con a los guerreros llamar. Al poco, viene el Jefe con sus más valientes cazadores. Y los Tres ungen a los tres Conseguidores, jóvenes que ven en sueños para el tesoro lograr. Les hablan, les cuentan que los han de entrenar y, al resto de la tribu, tareas han de asignar para preparar la misión que pronto han de afrontar. El regalo llegará pronto, y listo todo ha de estar. Ellos se sienten honrados, es un honor poder aportar en algo trascendente y el regalo de los dioses recibir.
Los Conseguidores quedan a cargo de uno de los Tres, que les lleva a un apartado lugar, una cueva donde morar. Les llevan comida especial: raíces, bayas, sabia y hojas, para su cuerpo adelgazar manteniendo fuerza. Y trabajos les da a realizar: bajar cocos de las palmeras, huevos de nidos en los riscos, miel de abejas en la cueva... Por las noches, historias les cuenta, para que moren en su corazón y las sueñen, para que aprendan lo que habrán de hacer.
Otro de los Tres habla con las mujeres de la aldea: unas lianas larguísimas han de trenzar... El tercero de los Tres habla con los cazadores: muchos animales necesitan. Y marcha la partida de caza. A los cazadores también les encargan buscar piedras de cuarzo, y las sacerdotisas buscan sapos y setas...
La cuerda de lianas está hecha, de muchos pasos de largo, y bien gruesa y resistente. Vuelven los cazadores y ahora entre todos a curtir pieles. Con vejigas de mamut cosidas construyen una bolsa translúcida muy grande, cosen con finos tendones. Hacen una puerta con un marco de madera y tensando más vejiga, como en un bastidor. Con los colmillos hacen dos arpones gigantes. Y más cuerda fina. Y con la piel gruesa de osos y mamuts, tres trajes completos confeccionan, muy bien curtidos, y sellan las costuras con cera. Y dejan también el cráneo en la cabeza, como un casco, con el cuarzo de ojos y sellando la escafandra.
Y llega el día. Las sacerdotisas administran las drogas a los Conseguidores, que les hacen respirar más lento, latir apenas el corazón. Les revisten con los trajes, parecen osos tan tapados. Los cráneos al menos permiten la visión con los cuarzos hialinos. Les introducen en la bolsa de mamut y cierran. También inflan esa bolsa con aire y piedras calientes.
-No volváis sin el mineral. Tomad estas bolsas de piel. Traedlas llenas- les dice el sacerdote repartiendo tres bolsas de cuero. -Ya os hemos explicado cómo hacerlo. Y tomad los arpones y más cuerdas finas.
La bolsa de vejigas se ha hinchado y empieza a flotar, pese a sus tres ocupantes, que están como dormidos, drogados. El globo comienza a ascender, sujeto por la liana. Los cazadores se dedican a agarrar la cuerda y no soltarla. Asciende y asciende... Los chamanes-astrónomos han calculado bien, el asteroide pasará muy cerca. Y es de noche, para proteger a los Conseguidores del Sol.
El sencillo y extraño artilugio asciende tanto que sale de la atmósfera. Ahí paran de dar cuerda desde abajo. Atan y esperan. Los de dentro se mueven lentos, pero ven la roca aproximarse con rapidez. Se espabilan con un esfuerzo sobrehumano, y dos de ellos abren la puerta un momento y salen al espacio sujetos por la cintura con las cuerdas finas. Llevan las bolsas y los arpones. Y los lanzan contra el objeto espacial, ballena negra e inerte. Capturado, les da un tirón, el impulso que precisan para estar sobre la superficie. El aire parece que les dura anormalmente en los pulmones, por el entrenamiento y la ralentización de sus funciones corporales.
Dos hombres prehistóricos sobre un objeto espacial. Recogen rocas con avidez y llenan las bolsas. Entonces, exhaustos y al borde de la asfixia, es el tercero de ellos el que ha de tirar de las cuerdas para recuperarlos y volver a ingresarlos en la burbuja salvadora. Unos pulsos sobre la cuerda madre sirve de aviso a los de abajo para que empiecen a tirar y devolverlos a la Tierra y a la vida.
Ya en el suelo, las sacerdotisas les quitan los trajes con celeridad y les dan antídotos y masajes para revivirlos. Y los Tres se apresuran a revisar las rocas que están en las bolsas. Sí, es el mineral requerido: el preciado metal para hacer mejores instrumentos. Y corren al dolmen a forjar hachas y dagas.
Es un amanecer muy especial. Nuevos objetos sagrados han sido forjados: vasos, dagas, joyas. Los Conseguidores son héroes, pese a que aún apenas se tienen en pie. Con las cenizas de la fragua se han hecho pigmentos, y con una espina, los Tres les tatúan en la frente el recordatorio de su hazaña. El hierro formará siempre parte de sus cuerpos. Y les imponen torques representativos, para que todos vean que son de por vida privilegiados e íntimos de ambos templos. Se sacrifican animales para el banquete. Uno de los ancianos talla una figura con el traje y la escafandra en un abrigo, y lo pinta con sangre. No sabe la impresión que causará su hazaña en las futuras generaciones.

Madame Eloise





A veces sucede que encuentras a alguien que escribe tan bien que no sabes si es un meteorito o un ángel. A veces sucede que es mejor hacerse a un lado, para dejarlo caer.
Los ángeles no caen en masa, caen por turno,
despeñándose de los puntos cardinales.
Primero los vacíos de recuerdos por los acantilados del Norte,
congelada la palabra,
esculpido el cinismo en cuchillo de hielo
con que decapitar la quietud de las rocas.
Luego los mordaces, los hirientes,
con su vanidad planeando por las laderas del Sur,
cubriendo de olvido el transcurrir de los gorriones,
el líquido silencio cotidiano entre la hierba y la aurora,
alabándose a gritos 
con un estruendo de alas en picado.
Caen por los barrancos del Este ángeles sin rostro,
perfumados de un éxtasis barato,
anhelando tener ojos, boca, manos, sexo,
deseando seducirse a sí mismos
torturándose en los otros
Hacia el Oeste sólo un ángel cae
con las galas de un dios transfigurando el cielo.
Yo despierto y digo:
ATARDECER
Y el ángel sigue cayendo, 
escribe su caída, describe como nadie describió nunca
el desprecio
el sol se hunde y él ha hecho suyo el firmamento,
ocultando con su fuego las estrellas,
ese ángel cae escribiendo 
y el cazador de meteoritos lo detecta, lo rapta, lo secuestra
Yo me bebo el veneno ardiente del aire y digo:
Atardecer, ningún ángel caído ha escrito nunca
como tú escribes
en tu viaje hacia el infierno

Natalia Marea Irisada





Cuando miramos hacia arriba, el cielo estaba en llamas. Ardía, refulgente, en púrpuras, azules, amarillos y verdes, como una aurora boreal furiosa. La noche había caído lentamente, tras un atardecer de nubes bajas y naranjas que teñían las hojas de fuego y las piedras en círculo de sangre. La oscuridad, índigo y pesada, aterciopelada y calurosa, había cubierto los ojos de los animales del corazón del bosque y los nuestros, con el presagio de una tranquilidad ya habitual. Hacía tiempo que la magia había abandonado esas musgosas piedras y los seres que la practicaban habían desaparecido; los conejos habían olvidado cómo contar las historias de la tierra y los ojos de los gatos ya no refulgían desde dentro con la sabiduría arcana; los ciervos y los lobos ya no eran blancos con ojos rojos, portadores de las noticias del mundo más allá. Ya sólo eran cuentos que le relataba a mi nieto, sentados sobre la hierba, ojos enormes y brillantes observando arrugas infinitas y profundas. Como aquella vez en que dos pequeñas hadas se llevaron a mis caballos, enredando sus melenas y manchando su pelaje de barro. Hacía tanto tiempo de eso...Pero esta noche el cielo ardía, y lo hacía en colores extraños. Todo había empezado con una estrella fugaz, un pequeño cometa, atravesando la noche silenciosamente. 'Pide un deseo' le había dicho al niño, 'si no me lo dices, se cumplirá'. El meteoro se había ido acercando y acercando, cada vez más grande y más colorido, yéndose a estrellar tras los árboles. Con el negro volviendo a su lugar, corrimos hacia donde había ido ese fuego. Queríamos saber. Cuando llegamos solamente había un resplandor leve y verde azulado sobre el suelo, un resplandor recortado en forma de pequeña figura que desperezaba sus alas. 'Justo lo que pedí, abuelo' dijo mi nieto, 'la magia ha vuelto al bosque'.

Tesi Simbiox

Pinot Noir

La muerte era una realidad, sobretodo para ella, las habia visto de todas las clases y violencias, pero cuando oia aquellos gritos sabia que pronto volveria a morir.
Estrigoi, Estrigoi!!!
los gritos de la muchedumbre cada vez eran mas fuertes.
Ato la cuerda ferrameante a la viga del granero, preparo la banqueta, midio la altura con ojo experto, e hizo un ensayado lazo correredo, coloco el lazo alrrededor de su cuello, y se subio a la banqueta...
El ruido de los golpes en la puerta, creciente cedio, la puerta se batio sobre sus visagras con fuerza y la muchedumbre entro en el granero.
Ella penso en su ultimo ahorcamiento, sonrrio, y entonces salto con violencia rompiendose el cuello en la caida, murio rapidamente.
Viena, 20 septiembre de 1867.
El tanatopractor, y doctor en Relojeria Albert Muller, ajusto sus gafas con lentes de aumento, miro el expedente delante del cuerpo sin vida y anuncio para los jovenes que le observaban con inpaciencia.
Observen la decoloracion del cuello en este punto, de el podemos deducir que murio ahorcada con una maroma desistente de 2'5cm de grosor, y que se partio el cuello en el acto.
Miro complacido como los jovenes tomaban notas y cuchicheaban.
Tomo el bisturi con sumo cuidado, y abrio el cuello con un corte profesional, con una pequwña endidura.
Introdujo las pinzas de relojero con Sumo cuidado y extrajo un pequeño engranaje de laton.
Repitio la operacion varias veces y dijo, -bien necesitamos sustituir estas piezas, - busco con la mirada entre los alumnos- señorita TriGear, traiga las piezas...
El relojero abrio mas la endidura dejando ver la glotis mecanica, con sus mecaniamos desmontados, señalo con las pinzas, -el efecto de la presión de soga, corto el flujo de aire y rompio los engranejas precerbix, ademas de desplazar todo el mecanismo hacia arriba desencajandolo- hizo una pausa saco del bolsillo de su bata una larga pitillera y finalmente un cigarro, largo y estrecho, con la otra mano encendio el soldador, y ya con el cigarro en los labios procedio a encenderlo con el soldador.
Despacho del director del tanatorio relojeria Beyer. Viena.
El director sentado en su butaca estaba urgando en el fondo de la copa de vino que tenia en la mano. Levanto la vista lentamente y dijo - Bien señorita, una vez mas, cuenteme con todo lujo de detalles como murió, y por favor, esta vez no omita nada.
Ya se lo dije- grito- cuantas veces tendre que repetirlo.
Solo hasta que este señoor del seguro tome nota. - Dijo el escrutador de fondos de copas casi vacias.- le apetece otra copa de pinot noir, senñorita - pregunto mientras el mismo rellenaba la suya.
No gracias- dijo con la voz casi en grito- el pinot noir es el culpable de todo.
Como ustedes saben es la principal fuente de combustible que utilizo. -Continuo con la ensayada voz de narrar una anecdota- pero es tambien el culpable de mi ultima muerte.
Como es eso posible? -Exclamo el perito De la eseguradora, mientras ajustaba sus lentes redondos con muchos cristales de aumento.
Pues vera usted- continuo la joven suicida- Rumania es un lugar bellísimo que conserva su atractivo natural y su folklore rural...
Se produjo un leve pausa, el escrutador de botellas sonrrio, pues ya habia escuchado la historia con anterioridad y sabia lo que seguia.
Una de sus leyendas mas apasionentes, o el capitulo mas oscuro  de su historia esta relacionado con un señor que solo bebía sangre.
Y da la casualidad de que como yo, el no ingeria solidos, y poseia unas cualidades fisicas portentosas.
Eso sumado al hecho que en la oficina de relaciones Exteriores  me sugirieron que no revelase mi condición de Vienesa, dado que consideran el estilo de vida Vienes una afrenta moral a la fe que profesan...
Bueno en resumidas cuentas- una nueva Pausa esta vez mas larga, mientras la joven suicida alisaba pelo y lo apartaba del rostro.
... me confundieron con una de esas criaturas e intentaron quemarme, asi que hui dando un salto por la ventana del castillo que había alquilado para mis vacaciones y...

jueves, 9 de junio de 2016

Los Hijos del cielo Vol. IV.- Trueno.

Trueno era en el mejor de los casos un cateto, un tarugo y un torpe, y era consciente de ello.
Sus compañeros de viaje, todos ellos pescadores de relámpagos, sabían que no podían dejarle hacer tareas delicadas, aun así le apreciaban por lo que era.
Y ahora Trueno estaba ganandose el sueldo de lo lindo, volaba asistido por sus botas de sustentación aérea, cargando las jaulas de rayos en su mochila, era extraño ver su rostro lampiño protegido solo por unas gruesas gafas de seguridad redondas con cristales gruesos y una correa de cuero ciñendolas alrrededor de sus sienes.
Su enjuto cuerpo vestido con gruesas capas de ropa requemadas por el sol, estaba empapado bajo la lluvia, en su espalda llebaba una enorme mochila de cuero, semejante a un saco, y colgando de su cinturón y arnés media docena de trampas para rayos, llevaba aquellas trampas cargadas, bajo la tormenta hacia la cámara de contención en el Aerobuque "La reina de las tormentas"
ese era el trabajo mas ingrato llevar las trampas era peligroso pues los rayos atrapados parecían atraer a sus congéneres, además de crepitar desorientando a su portador, y el lo hacia una y otra vez, recorrió el trecho que le faltaba, y toco la cubierta del barco, dos miembros de la tripulación que fumaban ateridos de frío, espalda contra espalda se giraron  hacia el, sin mediar palabra uno de ellos abrió una trampilla en el suelo y el otro ayudo a Trueno a quitarse la mochila, ambos llevaban guantes engomados, Cogieron las trampas con sumo cuidado y las colocaron encajadas bajo la trampilla, le dieron nuevas trampas vacías y Trueno volvió a emprender el vuelo esquivando los rayos que caían de las nubes, ascendió y se perdió de vista.
Lluvia intensa apago su cigarro contra la suela de su zapato- Ahí va ese idiota de nuevo.
Apuesto a que esta vez le da un rayo y la palma- dijo Nube gris.
Naa- escupió mientras se colocaba el maltrecho cigarro tras la oreja- ese chico es como una piedra de rayo.
Una piedra Rayo? que carajo es eso?- grito Nube gris para hacerse oír sobre un trueno rompiente.
Ya sabes, a ese chico le golpeo un rayo en toda la cocorota, un par de nómadas del cielo lo rescataron, esos dos hermanos el que grazna y el otro, desde entonces los rayos no le impactan...
Seis meses antes.
Maelsteom miro hacia la plataforma 87. Estratolimbo estaba a su lado pilotando el pequeño dirigible,-  la plataforma parece desierta,- hubo una breve pausa para contemplar- debe haberles pillado una gran tormenta.
Los hermanos aparcaron en el muelle, la unica nave que habia estaba desecha, habia ardido todo el globo, - Mira, los para rayos estan rotos, miremos a ver si hay algo que se pueda rescatar, yo voy por ese lado y tu...
Dos horas despues, se reunieron de vuelta en su pequeño zepellin.
Que traes hermano,- pregunto Estratolimbo, sin girar la cabeza, mientras revisaba el contenido del saco en el que estaba medio hasta los codos, tenemos media docena de zapatos sacados de la zapateria algunas cerbezas y tuercas y tornillos....
Maelsteom dejo un vulto pesado a su lado, - Yo he... traido esto...